La Censura I
Imaginad que vivís en la sociedad americana de finales del siglo XIX, en 1896 para ser más exactos.
A las chicas bien no se os permite quedaros a solas con hombres sin supervisión.
La mayoría de los chicos tenéis claro que hay dos tipos de mujeres: aquellas con las que divertirse y aquellas que sólo se dejan tocar después de un compromiso firme o, más bien, de la boda.
El cine acaba de ser inventado. Nunca antes habíais visto nada así. Habéis estado un par de veces en una de esas salas de proyección: es un sótano mal ventilado y oscuro donde acuden gentes de todo tipo, niños y mayores. En ese espacio tan sugestivo habéis asistido a llegadas de trenes, salidas de iglesias, imágenes de la vida cotidiana o escenas rodadas en el teatro. Breves retazos de realidad que la pantalla reproduce tan vívidamente que no podéis evitar quedar boquiabiertos.
Pagáis un níquel. Saludáis en la entrada al panadero que ha venido con su mujer. Descendéis las escaleras y os sentáis en el mejor sitio que conseguís. Se apagan las luces. Continúan las voces pero ahora son murmullos.
Comienza la proyección: se ve una calle y coches y gentes pasando. Acaba el primer rollo. Inicia uno nuevo.
Son un hombre y una mujer. Están muy cerca de vosotros, en primer plano, veis perfectamente todos los detalles. Os removéis en vuestros asientos incómodos por la proximidad entre esas dos personas. No sois los únicos.
Entonces el hombre toma el rostro de ella tiernamente con sus manos y lo acerca hasta él. Pensáis en el desconocido o la desconocida que hay en el asiento de al lado. En las decenas de extraños con las que os veis revueltos en una sala oscura siendo testigos de esa obscenidad.
Finalmente la pareja de la pantalla se besa (¡en la boca!). Notáis calor en vuestras mejillas. Estáis asistiendo a algo que la gente decente sólo hace en la intimidad de sus casas y no lo estáis viendo a escondidas en una revista o a través de una cerradura, a salvo de ser descubiertos en ese acto de voyerismo perverso: estáis sentados como espectadores, con la mirada fija, junto a vecinos, conocidos y extraños.
Es… perturbador.
Algunos se levantan indignados, especialmente varias señoras y también algún padre que ha venido con sus hijas. Otros miran hacia abajo avergonzados. Unos cuantos no pueden dejar de observar la pantalla.
Acaba de nacer la llamada primera película erótica de la historia: “El beso” de Thomas Alva Edison. La multitud de críticas que suscitó entre la sociedad puritana fue la primera chispa de una ola de indignación moral que se desató contra el cine. Poco importaba que John Rice y May Irwin (los actores) fuesen marido y mujer.
Esas salas oscuras y el realismo de las imágenes podían ser muy perniciosos si no se enviaban los mensajes adecuados: edificantes y libres de cualquier tachadura ética. La presión a la que la industria fue sometida desde entonces, bajo diversas formas, se tradujo en la censura.
Me he extendido mucho así que ya hablaremos otro día más de este tema.
Balle
7 comentarios
Balle -
Veo que lo has captado. Yo me refería al inicio de la censura cinematográfica, por supuesto. La censura es algo mucho más antiguo. Incluso los romanos, aunque no tuvieran el peso de la tradición judeocristiana, tenían sus propias censuras, o más bien, sus propios tabús con respecto al sexo (ser homosexual no era malo, pero ser el elemento pasivo en la cama era humillante si no eras el jovencito o el esclavo).
Yo también me acuerdo de que de pequeña me avergonzaba cuando había besos en las películas, jajaja.
No somos muy distintos, no.
Mercurio -
Rafael -
A la espera del cine europeo quedamos :)
Lala -
cabaret -
Quedo a la espera de tu información, jiji, gracias.
Balle -
Verás, lo realmente fuerte no estribaba en ver un beso, no era tan normal como hoy en día ver besos por la calle, pero tampoco era una novedad. Había fotografías picantes y también pornográficas pero estaban reservadas a cierto público masculino. Incluso "El beso" de Edison había sido visto en proyectores individuales y no había escandalizado. La gran novedad era, por un lado el tamaño, lo imponente de esa visión en una pantalla "enorme" y, sobre todo, el ver ese tipo de imágenes acompañados. No es tan difícil de entender. Imagina que cambiando canales aparece una película porno, no te sobresalta. Pero si estás junto a tus padres o, no sé, imagina la persona que quieras, entonces puede ser incómodo. Ahora ponte en situación de esta gente para la que las imágenes cinematográficas eran una novedad, mucho más impactantes y sugestivas. Espero haber sido capaz de transmitir la sensación.
La pregunta que haces sobre la reacción en Europa es muy interesante. Voy a buscar más sobre el tema poque tengo una vaga idea pero no sé responderte bien. Sólo diré que he leído que una de las películas de Méliès "el baño" en la que Louise Willy se metía en una tinaja de agua para, más tarde, cubierta sólo por la espuma, dejar que una doncella le frotase la espalda, atrajo mucho al público pero hizo que desde la prensa francesa lloviesen críticas del estilo de las que suscitó "el beso". Si bien es cierto que "el baño" parece bastante más sugerente.
cabaret -