Camino a casa
Ya antes de llegar a la esquina notó un primer aguijonazo violento; era como si una hoja afilada atravesara de improviso, a la manera de un relámpago, su vientre. Se detuvo un instante, tratando de coger aire, hasta que poco a poco el dolor fue remitiendo. Se sintió sorprendida; quizás le había sentado mal la comida, aunque era un dolor extraño, nunca antes había experimentado algo así. Trató de reponerse y no pensar en las ideas delirantes que a veces la asaltaban sin poder remediarlo y, algo encorvada, volvió a reanudar su marcha. Cruzó entre dos postes y miró que no viniera nadie. Aligeró el paso; en casa tenían que estar esperándola hacía ya tiempo. Quizás no debería haberse detenido a comer en aquél lugar que parecía surgido de la nada. Ayer al menos no recordaba haberlo visto, oscuro, con sus paredes lisas y de techos bajos... más el olor a comida inundaba el callejón y se dejaba sentir a varias manzanas a la redonda: imposible ignorarlo, y menos ella, que era una glotona. Pero de nuevo un dolor lacerante la hizo trastabillar; ahora el relámpago le electrizaba todos los miembros con un dolor indescriptible. Se agarró como pudo el vientre mientras sus piernas se crispaban tratando de mantener un equilibrio imposible. Había caído en mitad de ningún sitio y el miedo se mezclaba con el sabor de la sangre en su boca.
Los dos niños llevaban un rato observando. Agachados, dudaban entre tocarla con la punta del pie o seguir mirando sin más. Finalmente, uno de ellos, el más alto, la rozó con la puntera de la zapatilla. La cucaracha volvió a agitar las patas frenética; estaba boca arriba y se desplazó unos centímetros movida por el pie.
-Parece que se está muriendo -dijo. Su amigo asintió; ambos habían dejado las fichas sobre la mesa, abandonadas en el salón, y se encontraban ahora en medio del pasillo.
-Es de las rubias, está en las últimas. Mi madre pone cebos tras los armarios.
Siguieron mirándola un rato más. Poco a poco el insecto dejaba de patalear hasta que alguno de ellos la rozaba, con lo que volvían las convulsiones, el multiplicarse por mil de aquellas pequeñas zarpas. Aburrido, el más alto alzó el pie para pisarla.
-¡No, no lo hagas! -exclamó su compañero de repente. El alto se detuvo y lo miró extrañado.
-Que sufra.
Rafael P. Calmaestra
6 comentarios
Rafael -
Oceanida -
Mi abrazo.
Rafael -
Sí, quería que tuviera un toque extraño y amargo, y sobre todo que eso estallara al final. Por eso tuve que ser lo más escueto posible :)
jeje qué malo soy.
Besos!!
Lala -
Enhorabuena ^^
cabaret -
Ling Zhou -
La crueldad final deja un sabor amargo, tanto más por la tranquilidad y rutina con que se deja caer.
Vaya, que me ha encantado!.
Mil besos.